El perro se llamaba Lucas; vivió casi dieciocho años; me simpatizaba porque siempre fue congruente con su ser perro: no le gustaban las gorras, anteojos, bufandas, ni todas esas prendas con las que los dueños de perros suelen ataviar a los canes. También mordía, no sin razón, ya que, si alguien le jalaba los bigotes o las orejas, o le quitaba su alimento Lucas respondía con una mordida. Tampoco permitía que le cortaran la pelambre o las garras. El último veterinario que lo vio dijo ‘el perro es agresivo’, y sí, sí era agresivo. Bueno, en marzo de 2025 ya no pudo, le dolía el cuerpo, no comía ni orinaba; tuvimos que recurrir a la eutanasia. Así, unos minutos antes de que le aplicaran las inyecciones para dormirlo para siempre, lo fotografié.